De Rasputín a Navalny y Abramovich, “los envenenamientos casi siempre dejan huella”
El pasado 3 de marzo, una delegación ucraniana, con la presencia del magnate ruso Roman Abramovich, acudió a un encuentro en Kiev con dirigentes rusos. Periodistas de investigación del medio especializado Bellingcat publicaron que sufrieron un presunto envenenamiento del que se están recuperando. Aparentemente, tras haber ingerido unos chocolates con una sustancia tóxica, puede que compuestos organoforforados o “cualquier sustancia irritante, puede que para dar un toque”, según se ha publicado y comenta la profesora Adela Muñoz Páez (Universidad de Sevilla).
Esta catedrática de Química Inorgánica es una estudiosa de los venenos desde la antigüedad. Y sabe que los envenenamientos han sido una poderosa arma para liquidar enemigos y para sembrar miedo. Son una herramienta de propaganda y terreno de especulación. Tanto, que la versión más cercana a Rusia de la historia de Abramovich apunta a que no hubo tan envenenamiento. Sino un bote de gas que estalló al paso de las cuatro personas de la delegación.
“Abramovich estuvo varios días con pérdida de visión”, recuerda la profesora, quien vincula a distintas sustancias organofosforadas (como los de pesticidas) esa sintomatología. Sin embargo, sin una prueba ‘forense’, todo es especulación. Con ellas “no hay veneno que escape. Las técnicas actuales suelen ser muy reveladoras y específicas. Los envenenamientos casi siempre dejan huella”.
Por eso mismo parecería que con el arranque del siglo XX y el empleo de esas técnicas, los venenos entrarían en declive. “Pero no ocurrió así, y sólo hay que ver el éxito que tuvieron durante la época soviética”. El asesinato de Litvinenko (2006) demostró que “no se habían destruido todos los arsenales de novichok (agente nervioso)”, conforme a la Convención para la Prohibición de Armas Químicas. “Rusía tenía un stock como para matar a casi toda la humanidad”.
Si el envenenamiento de Abramovich no fue mortal sería por la dosis
“La dosis no era suficiente para matar a ninguno de los tres, aunque el objetivo directo era probablemente Abramovich”, declaró a Times Radio Christo Grozev, el investigador ruso que certificó el posible envenenamiento para Bellingcat, que dio la noticia el lunes junto a The Wall Street Journal.
¿Propaganda? ¿Aviso? Adela Muñoz Páez recoge casos así en su libro Historia del veneno (Debate, 2012). Desde que Sócrates decidiera tomar cicuta para acabar con su vida –antes de ser ejecutado–, hasta este amago de supuesto envenenamiento de Abramovich, hay una cosa que ha permanecido: hay bastante de cierto en el dicho de que “el veneno está en la dosis“, aunque “hay tóxicos que con apenas unos miligramos pueden acabar con la vida de una persona joven y sana”.
El rey de los venenos discretos quizás sea el polonio –que acabó con Alexander Litvinenko–. Un crimen casi perfecto, que destruyó en pocos días los órganos del ex espía ruso. Una tetera con unas gotas del radiactivo polonio-210, camuflado perfectamente en la infusión, sirvió para liquidarlo.
Otro veneno contemporáneo, discretamente oculto en tazas de té: el talio. “Sadam Hussein lo usaba con sus enemigos de alto standing. Cuando despedía a alguno en el aeropuerto –con el que aparentemente había terminado forzando un exilio amistoso–, le invitaba a una taza de té aliñado con talio, que es incoloro e insaboro”. La muerte puede llegar varios días después de su consumo. A veces no se asocia a un encuentro concreto.
Ucrania ha recomendado a sus emisarios no tomar nada. Y, de hacerlo, contar con un ‘probador’ o catador del lado contrario. Lo que en la Roma clásica se conocía como praegustator. De todas estas historias, pasando por los venenos de la Francia de Luis XIV –casi envenenado con una carta– charlamos en este pódcast con Adela Muñoz Páez, quien estos días publica otro ejemplar: Brujas (Debate, 2022), con sus preparados –a veces tóxicos– y saberes, su persecución y condena por el hecho de ser mujeres y libres.